Andrea Rodríguez
En el escrito se hace un recorrido por temáticas varias, acerca del ejercicio del periodismo feminista. Esto partiendo de mi formación primaria, la sociología. Aunque parecía un reto, constantemente se hilan más, finalmente las herramientas de ambas situadas en el contexto guatemalteco, uno muy adverso hacia las mujeres.
ANTIBIOGRAFÍA
Mi nombre es Andrea Rodríguez. Elijo usar mi segundo apellido para resaltar la influencia de mi mamá y las mujeres en mi vida. Me gusta investigar, compartir con mis gatos y tomar té. Son los rituales cotidianos que me hacen feliz. Entre las millones de cosas que no puedo hacer, una es nadar. No creo aprender. Me inclino por los climas y colores fríos, sobre todo el verde. Busco vivir de maneras que dañen lo menos posible a otros, de ahí mi vocación antiespecista. Me agrada crecer conversando y compartiendo con las personas que quiero.
Más allá de la consigna
Pensar en cómo transito el periodismo, específicamente feminista y en Guatemala, es una pregunta diaria pero silenciosa. Es cierto que escribo, aunque no tengo la costumbre de hacerlo en primera persona. La práctica de hilar palabras buscando que tengan algún sentido o información sobre la realidad me encontró con la sociología. Más acostumbrada al ensayo y al artículo, el encuentro con el periodismo me hizo buscar las herramientas para no solo escribir sino comunicar.
La posibilidad de contactar con actoras clave, aquellas que habían participado de los procesos o que se reconocían como expertas en ellos, fue algo que agradecí como esa apertura al trabajo de campo, aplicar las técnicas de investigación de la sociología. Sin embargo, acercarme como socióloga al periodismo me dio, primero, inseguridad.
Quizá me sentía faltando el respeto a otra carrera, ¡quien sabe! y sí ocupando un espacio ajeno. De hecho, no suelo clasificar lo que escribo en los géneros periodísticos y a veces los llamo simplemente “textos”. Con el tiempo y el entendimiento de diversas formas de periodismo y de identificación con este, podría dar los primeros pasos hacia la inclusión de esta etiqueta en mi vida.
La vivencia en este espacio, los medios, la comunicación, inició con la revisión de textos hasta la elaboración de notas y reportajes. Investigar, redactar y editar, parecían pasos de un método que no era nuevo, pero sí aplicado en formatos diferentes; que, además, tenían más posibilidades de ser leídos. La responsabilidad de que tu interpretación de un hecho sea publicada, ya marcaba una diferencia entre el espacio académico institucional y los medios. Claro, se busca el rigor y el acercamiento, cuando no la transcripción, a la verdad. Pero el trabajo en tiempos más cortos y movidos por las crisis tan constantes, despertaba un poco el miedo por adelantarse a una interpretación que, en cuestión de horas o días, podía cambiar.
La pregunta por las mujeres
Lo que veo como periodismo feminista, con lentes de socióloga, es ese ejercicio de entender la realidad desde las experiencias y análisis de las mujeres. Un poco como se ha construido teoría feminista, pero evaluando e interpretando los problemas y situaciones diarias donde las sujetas y elementos pueden oscilar de un momento a otro.
Además, es un ejercicio que no puede esquivar la cotidianidad de la violencia. Guatemala, al ser un país donde diariamente desaparecen niñas y mujeres, donde los delitos de violencia contra nosotras son los más denunciados, pero a la vez impunes, evidencia una realidad que ni las ciencias sociales, ni el periodismo pueden ignorar. Es cierto que, en cuestión de conceptos, la disputa sigue entre las categorías creadas por mujeres para nombrar las violencias y otras formas cargadas de misoginia. Por ejemplo, la criticada y problemática unión entre las palabras “crimen” y “pasional” puede levantar indignación, especialmente entre las jóvenes, cuando se lee en algún titular o nota.
La urgencia de nombrar como femicidios a las muertes violentas de mujeres no se terminó con el reconocimiento de este delito en una ley, y ha despertado manifestaciones, canciones que se hacen himnos internacionales, y una serie de demostraciones de solidaridad en los casos donde la movilización de las familias ha logrado la atención de la sociedad. De alguna forma, las mujeres van creando cultura de denuncia, de solidaridad y sanación con las herramientas que cada una ha obtenido y construido para hacerle frente a las estructuras patriarcales que van desde la familia hasta las instituciones del Estado, especialmente el sistema de justicia.
Esta también fue una fuente de reflexión y oportunidad, pensar que, si entiendo al feminismo como una teoría sociológica, sus aportes al periodismo para construir periodismo feminista no extrañarían. La base de que las mujeres son constructoras de conocimiento, sujetas de sus propias historias, capaces de interpretar lo que les sucede como colectivo y como parte de una sociedad, se refleja en la prioridad de conocer, difundir sus historias y puntos de vista.
Lejos de una idea de “dar voz”, es visibilizar y amplificar tanto la voz como las luchas cotidianas que las mujeres encuentran en un sistema que las quiere silenciosas, criminalizadas, desaparecidas, asesinadas. Y que, en definitiva, conocer un fenómeno desde el entendimiento de que le puede ocurrir a una misma, suma la empatía y la posibilidad de reconocerse en otras.
Entender para explicar
Identificar las desigualdades es un paso, explicarlas requiere más esfuerzo y no digamos trasladarlas en formatos que sean interesantes, llamativos, claros. La inmediatez de las redes sociodigitales y la permanencia de las injusticias suelen caer en explicaciones rápidas y en consignas, que, si bien pueden resolver una primera necesidad de certezas, no sustituye el ejercicio de entender un fenómeno más allá de la primera impresión.
Oscilando entre las preguntas periodísticas y las categorías feministas, creo que la forma de ver y buscar entender Guatemala se ha visto transformada en el sentido de reconocer que las mujeres han estado presentes en todo momento, que sus papeles han sido fundamentales y lo siguen siendo para el funcionamiento mismo de la sociedad. Que si bien hay fenómenos donde las mujeres son protagonistas, muchas veces de tragedias; también, hay todo un universo de temáticas vistas como “universales” donde los aportes de las mujeres han sido ignorados a propósito.
Es por ello que no se trata de reafirmar que hay “temas de mujeres” donde se aborda desde técnicas de limpieza hasta “el empoderamiento”, como ocurre en algunas secciones especiales de medios, sino que las mujeres estamos presentes en todo, y que nuestra experiencia situada no es más parcial o subjetiva que la de un hombre, por más que se nos acuse de alejarnos de la objetividad como si esta ilusión no hubiera sido ya desmentida.
El punto de partida
Existe una fórmula que suena contundente y cierta: mencionar que un espacio, una lucha u oficio será feminista o no será. Esto puede dar cuenta del posicionamiento de las teorías feministas en los movimientos sociales contemporáneos, pero también en el periodismo y en las ciencias sociales, donde más que una gama de herramientas el manejo de categorías feministas se plantea como una necesidad.
Es cierto, las perspectivas que da el feminismo aportan un acercamiento más profundo de la realidad. No obstante, los conceptos reflejados en las frases y consignas parten de experiencia colectiva, un ejercicio de autoconciencia donde las mujeres ponen en común sus situaciones y las nombran. Entonces, la consigna no es un punto final, sino la inquietud ante la realidad, la pregunta sobre cómo actuar de frente a las reacciones patriarcales.
Cuestionar, reflexionar, conocer, preguntar y escribir. Crear y plantearlo en la discusión colectiva son algunas de las pistas que, creo, hilan esta forma de buscar que nunca más las mujeres permanezcamos como “lo otro”, lo secundario y prescindible.