Vértebra Cultural “la columna”

¿En qué falla la gestión cultural, el agente cultural y el emprendimiento cultural?

Celia Ovalle

En este escrito inicio con una breve retrospectiva histórica que precede a la actual concepción ambigua del papel del artista y su subsistencia. Describo los mitos y paradigmas más significativos del artista y la influencia de esto en su consolidación profesional y económica. Desarrollo la importancia del análisis multidimensionalidad de la cultura para identificar las características del gestor cultural, el agente cultural y el emprendedor cultural. Dejo algunos ejemplos de la poca claridad categórica de dichos conceptos. Como cierre explico la importancia de crear equipos multidiciplinarios y un ecosistema que sincronice las dimensiones culturales con éxito.

ANTIBIOGRAFÍA

Me gusta mucho ir a casa y saber que estaré allí en mi hogar, haciendo un oasis para mí, mi hijo humano y mis hijos perrunos. Regar mis plantas, limpiar mi casa y disfrutar de estar juntos. Definitivamente no puedo dejarme vencer, quedarme quieta y resignada. No me gusta el conformismo, ni el lenguaje escatológico. La verdad me siento orgullosa de mis decisiones, ser disciplinada y constante en ellas. Cotidianamente manejo por la mañana y saludo a uno de los árboles en mi camino, le lanzo un piropo y recibo su saludo. Y confieso que consiento mucho a mis perritos y a mi hijo.


¿En qué falla la gestión cultural, el agente cultural y el emprendimiento cultural?

La evolución del arte y las prácticas culturales, ha impulsado en las diferentes sociedades la percepción de éstas como prácticas que suman a la vida integral del ser humano. Esa inmaculada relación que se tiene con el arte y la cultura, desde una perspectiva casi divina que se aleja de cualquier costo material, provoca que las personas que realizan actividades artísticas y culturales sean consideradas dioses sagrados, que crean o resguardan la vida como un acto heroico que debe ser venerado, pero no mancillado con la monetización. 

Pocas veces tomamos conciencia de que nuestra cultura marca las relaciones políticas, económicas, materiales y no solamente las que se refieren al significado y significante de nuestra existencia y los símbolos que rodean nuestro día a día. Esa dicotomía que existe entre lo tangible y lo intangible, nos hace creer que hay un divorcio definitivo entre ambos, pero la misma cultura nos permite visualizar que como en un péndulo, podemos balancearnos de un lado al otro en espacios y tiempos iguales; y con la misma intensidad. 

Podemos identificar prácticas del mundo artístico formal y académico, de acuerdo al modelo de Europa occidental, desde la edad media hasta la época contemporánea. Asimismo, prácticas y estéticas en cada una de las poblaciones del mundo, las cuales están íntimamente vinculadas con otros universos simbólicos.

A partir de la era moderna, la filosofía empieza a valorar y sopesar todas las manifestaciones como filtros estéticos. Las poblaciones escogen sus medios y símbolos para sublimarse según su propia experiencia. Esto se acentúa  con la aparición de la filosofía contemporánea, que cuestiona la razón más pura de la existencia humana, explorando el sentido de la vida más allá de lo  material, político y  económico.

El análisis multidimensional de la cultura revela una fusión artificial entre el arte y el capitalismo. La visión contemporánea del consumo y la mercantilización del arte, reflejada en obras que lo equiparan a productos instantáneos, presagia el deterioro del arte en este contexto.  

Previo a la  era moderna y contemporánea, se impuso durante siglos una estética hegemónica, que por un lado desvalorizó  las expresiones artísticas de los  pueblos y originarios; y por otro lado, afianzó un paradigma que ya no es vigente.  En la  época contemporánea, el encuentro con  la tecnología, limitó la demanda del trabajo artístico, implicando nuevas búsquedas de los medios de supervivencia, sin venderse

Algunos empezaron a dedicarse a tener negocios en los cuales exhibían obras de arte, algunos hicieron conciertos, actividades públicas, escénicas, entre otras, crearon una pequeña empresa de espectáculos en la cual requirieron los servicios de artistas, que por una módica cantidad se convirtieron en el atractivo principal, volviéndose  básicamente mercaderes de arte. 

Ante esto, muchos artistas decidieron empezar a gestionar sus propios fondos, sin entender a profundidad las implicaciones de tener una empresa. Pero más grave aún, partieron de la vieja creencia que el artista crea como un ser divino, un producto trascendental que no puede ser mancillado por el valor económico mundano

Desde el siglo XX se tomó conciencia de los daños que causaron las guerras, los desastres naturales, y los impactos de las malas prácticas humanas. Todos estos eventos que confluyeron en un final catastrófico, evidenciaron la importancia de auxiliar a los damnificados, no solamente con un techo, comida, salud, sino que también con acciones que les ayuden a sobrellevar su situación de una forma sutil. Allí es donde el artista y el hacedor de cultura simbólica intervinieron en la sanación psicosocial de estas víctimas. Los gobiernos empezaron a ofrecer apoyo económico para que los diferentes artistas y hacedores de culturas dieran acompañamiento psicosocial, de sanación, planificando su intervención como una medida transicional para que el grupo afectado fuera reinsertado en su nueva vida. Poco a poco los mismos artistas empezaron a presentar proyectos de acompañamiento por medio del arte o de actividades culturales para apoyar estos procesos de sanación. Recibieron fondos suficientes para la producción, la realización y el pago de artistas o guardianes estéticos culturales y espirituales, pero de manera temporal. 

A raíz de esto los artistas se convirtieron también en gestores culturales, cumpliendo esa doble jornada para poder realizarse como artistas y además gestionar el fondo suficiente para garantizar su propia supervivencia. Aun así, no se ven a sí mismos como alguien que debe negociar o monetizar su quehacer, aunque su nivel profesional sí lo amerite. Autonombrarse gestores les permitió obtener fondos para proyectos dirigidos a la sanación de poblaciones afectadas por diferentes situaciones, y no por la capitalización de su obra. 

Se aplicó el término gestión cultural sin tener claridad de la definición exacta de  su significado. A finales del siglo XX y  principios del siglo XXI, surgió el papel del agente cultural: quien, desde una función pública o privada, administra los fondos de la institución para beneficiar y fortalecer la profesión artística como parte integral del desarrollo cultural multidimensional de un país. 

El agente cultural de Estado se caracteriza por procurar una justa administración del erario público, identificando los recursos disponibles para facilitar el quehacer del artista. En algunos casos proveerá plazas de trabajo para su desenvolvimiento profesional estable. Es importante que se conozocan estructuras organizativas y presupuestarias de la institución para poder ejercer su función de forma transparente. 

Por último, en la actualidad surge la figura del  emprendedor cultural. La economía solidaria establece las prácticas de comercio justo, en una cadena de valor equilibrada contribuyendo a calcular el valor monetizable de  actividades artísticas y culturales,  así como la inversión en términos de tiempo necesario para la creación. El emprendimiento, a menudo confundido por artistas con la toma de iniciativa o el riesgo creativo, es en realidad una trampa del capitalismo.

Y la pregunta inicial de este escrito: ¿En qué falla la gestión cultural, el agente cultural y el emprendimiento cultural?

La respuesta que yo puedo ofrecerles en primera instancia es que no hay claridad categórica entre estas diferentes prácticas: agente cultural, gestor cultural y emprendedor cultural. Lo que sí creo que determina el mal funcionamiento de las mismas es que hay una preferencia de llamarle gestión a todo. 

Tengo 15 años de trabajar en administración pública específicamente como agente cultural, aunque formalmente el puesto que ocupo responde a un nombre administrativo. En muchas ocasiones hay colegas que se acercan y me indican que les gustaría trabajar en gobierno y me dicen que saben de gestión cultural. Es contradictorio que ese sea su propósito de adherirse a la administración pública, ya que el Estado tiene la obligación de ejecutar y distribuir equitativamente los fondos públicos en proyectos artísticos y culturales ya presupuestados. Quienes trabajan en el Estado no deberían especializarse en gestionar recursos, sino en administrarlos con un enfoque en derechos humanos, sociales y culturales. Asimismo, he conocido personas que me indican que son emprendedores culturales y que quieren fondos para realizar actividades de capacitación a un grupo amplio de emprendedores culturales; sin embargo, no cuentan con el registro en el sistema empresarial de Guatemala. 

Cuando enseño a artistas que inician sus carreras, les pregunto sobre sus planes de vida y suelen mencionar sueños comunes, como abrir un café artístico, una galería o trabajar en una institución. Los guío a hacer cálculos financieros y planificar acciones concretas, lo que les revela que la profesión artística no se basa en sueños, sino en un ecosistema complejo. El éxito en el arte requiere alianzas multidisciplinarias, donde los emprendedores, auditores y administradores colaboren para ordenar las finanzas y crear estrategias de mercado que sustenten el trabajo artístico. Los artistas deben entender que su labor implica cumplir con ciertos compromisos profesionales, al igual que los administradores deben respetar el ciclo creativo y los horarios flexibles del artista. La clave es construir un ecosistema cultural que promueva respeto e interconexión entre las distintas dimensiones del arte y el entretenimiento.

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