Creatorio Artístico Pedagógico (CAP)
En una época post pandémica es indispensable revalorar y rearticular las disciplinas humanísticas, fraguando diálogos donde quepamos todas las especies. Las artes aportan a la vida sustentando lo social, lo cognitivo y emotivo. Una vida artística y cultural sana favorece la sobrevivencia ante las crisis, el tiempo y las geografías. Urge revisar el qué, cómo y para quién trabajan las instituciones creativas, culturales y educativas oficiales. Recalcamos que la cultura es salud, ejerciendo derechos culturales, vinculándolos con el derecho a la vida. Vamos tras la recuperación de una educación para la autonomía creativa, la introspección y los afectos como espacios de sanación y también de resistencia.
ANTIBIOGRAFÍA
Nací libre porque nací en la calle. No me gustan las palabras escuela escolar, ni oficial, pero a veces me describen como una escuela. Lo que realmente me gusta es descubrir, acercarme a las artes, propiciar sanación y compartir. Para descubrir hay que caminar lo desconocido. Para acercarse a las artes hay que perder el miedo de hacer. Para sanar hay que aceptar y cuidar las heridas. Para compartir hace falta reunirse. Andamiar sistemas de pensamiento y convivencia juguetonas, inquisitivas y colectivas, sí es posible en alguno que otro Creatorio o CAP por ahí.
Me dicen seño, curadora, loquera, artista, dibujante o espe. Como el sentido arácnido de cierto hombre ficticio es mi sentido de la visión. Soy mestiza periférica, tal vez por eso soy observadora profesional. Me gusta cuestionar comportamientos y construir situaciones, y para esta ocasión revelaré que una de mis obsesiones es declarar que lo artístico es ingrediente de la salud integral.
Esperanza de León
Nací con un pie en el siglo pasado y acá estoy viviendo con un pie en el presente siglo. La concepción del tiempo cada vez toma más velocidad y la sensación de embestida es constante.
Asimilar la vida individual y colectiva con conciencia y espíritu contemplativo cada vez es reducido. Me dedico a ralentizar el proceso de conocimiento y experiencias educativas exprés, a desarticular palabras y modos de concebirlas. Soy constructora de puentes emocionales y artesana en el oficio de tejer con las palabras: arte, educación, emoción y transformación. Disfruto escribir, aunque admito aprendí hace poco y lo hago en cámara lenta.
Flor Yoque
Docencias arteducativas autónomas y mediaciones culturales, resistiendo al descuido
Conformamos un espacio autónomo y autogestivo dedicado al arte, educación y salud socioemocional, llamado CAP (Creatorio Artístico Pedagógico), un sobreviviente llegado hasta el 2024 de guerras funestas, levantamientos sociales, cambio climático, elecciones, incendios y muerte animal… Desde ahí, repetidamente me pregunto ¿Cómo es que las claridades que tan potentemente dictó la pandemia parecen olvidadas? Tres de esas claridades me sirven para compartir en este texto:
- La prisa, la desmedida, la invasión e irreflexividad son disfuncionales e insostenibles. Ralentizar, disminuir y reflexionar, en busca de nuevas formas de organización social, es más urgente y útil de lo que pensamos, tanto para nuestra propia supervivencia, como para la de otras especies.
- El sistema educativo formal y la experiencia que ofrece a todas las personas involucradas, dista mucho de lo esperado para un avanzado siglo XXI de Inteligencias Artificiales y cambios acelerados a todo nivel. Urgen transformaciones de fondo para la “educación” que conocemos. El regreso a la “normalidad” previa a la pandemia, es inaceptable.
- Las artes, los agentes culturales y todos los esfuerzos arteducativos imaginables, oxigenaron, acercaron y reanimaron a comunidades enteras en medio de una crisis emocional y sanitaria generalizada, demostrando que el sector ha sido progresiva e injustamente subvalorado, relegado y desfinanciado.
Luego de esas tres claridades post pandémicas ¿Qué tienen que ver entre sí las crisis globales, la educación, el arte o la cultura y esta columna? Resulta que el actual estado de las cosas proviene de formas de ser y hacer, aprendidas y sostenidas masivamente, mediante lo que podemos llamar sistemas de pensamiento. Estos sistemas son formas de visualizar y construir posibilidades que se edifican, aprenden y refuerzan socialmente. En el caso del aprendizaje escolarizado, el modelo educativo que ha imperado en la región guarda relación con la escuela prusiana, cuya fortaleza radica en formas de pensar y funcionar basadas en la obediencia, la disciplina, la jerarquía y la acumulación, de ello hemos aprendido ya bastante.
Para oxigenar y diversificar las posibilidades, podríamos ensayar nuevas maneras de aprender y funcionar colectivamente, simplemente reajustando las formas de pensar, cambiando los ambientes. Proponemos los espacios artísticos y culturales, como lugares de fomento de estilos de pensamiento diferente, divergente, independiente y pertinente. Donde como mencionó Elliot Eisner (1), exista oportunidad de atender a las relaciones, la flexibilidad de los procesos, la comodidad en el uso y la transformación de materiales, la creación de formas de expresión propias, el relacionamiento grupal desde el asombro y la colaboración, la observación minuciosa de las partes de un todo, así como la capacidad de transformación de las experiencias de vida en representaciones poéticas. Porque en realidad, el ejercicio poético es un derecho humano demasiadas veces negado bajo pilas de desigualdades o tareas por hacer. Apostamos por la reorganización de nuestras comunidades a partir de ambientes de distribución del conocimiento donde haya espacio para descubrirse.
“Por medio de las artes aprendemos a ver lo que no habíamos advertido, a sentir lo que no habíamos sentido y a emplear formas de pensamiento propias de las artes. Estas experiencias tienen una importancia fundamental porque, por medio de ellas, emprendemos un proceso donde se reconstruye nuestro ser” (Eisner, 2004).
Ampliar el espectro de los contenidos educativos infaltables en los currículos, incluyendo las artes y las culturas, daría paso al desarrollo de las llamadas “habilidades blandas”. Estas capacidades, tituladas así por académicos de formación occidental, están frecuentemente fuera de los contenidos de estudio institucionalizados, como no institucionalizados. Ellas se refieren a saberes no relacionados con la información o formación académica, pero que son fundamentales para la vida. Habilidades centradas en la comunicación, el trabajo en equipo, la resolución de conflictos, la gestión del tiempo y de lo emocional entre otras cosas, que se perdieron de vista, debido a la orientación positivista de las formas de aprender y experimentar el saber, el arte o la cultura actuales.
Pero, la afortunada recuperación y multiplicación de los saberes ancestrales, nos recuerda que existen otras formas de compartir conocimientos. Leanne Betasamosake Simpson (2) en su publicación La tierra como pedagogía, describe los fundamentos de la sabiduría y el aprendizaje, como la comprensión de la importancia de los aprendizajes obtenidos a través de enseñanzas animales, vegetales, humanas y de otros seres, en mismo rango de importancia. La observación, imitación y vinculación con la naturaleza. La importancia del acuerpamiento, la confianza en la propia capacidad inventiva de nuevas tecnologías, la paciencia, así como lo imprescindible de compartir las destrezas y conocimientos adquiridos con la familia y la comunidad.
“Ya no se trata de rebautizar al arte y a la educación… Se trata de reconceptualizar los términos y darles un contenido que sirva para los propósitos que fueron creados en su sentido más constructivo y por lo tanto independientemente, e independientes, de la estructura corporativa y de miopía gubernamental.” (Camnitzer, 2017).(3)
Recuperar ritmos de existir sintonizados con la regeneración de la vida, invariablemente pasará por la adopción de nuevas (o ancestrales) formas de concebir el mundo, la productividad, la creatividad y las culturas. Dependiendo definitivamente del pensamiento creativo, que nos oxigene y reanime en medio de la crisis climática, política y emocional del momento presente. Revalorar, financiar y reintegrar progresiva y sostenidamente las artes y las culturas, primeramente en la educación pública, así como en la sociedad completa, abrirá el dique para restaurar el valor de la diversidad, la minuciosidad, la innovación y la individualidad (entre otras cosas), dentro de los imaginarios de las grandes poblaciones que el sistema educativo atiende. Volviendo accesibles recursos para el gozo, la salud mental e integral en el camino hacia organizarnos para inventar un futuro post pandémico, todavía incierto.
Esperanza de León
Un texto evoca otro texto. En continuidad y a modo de relato, antes de desplegar posibilidades es necesario enunciar dificultades. Esta parte del texto se sitúa desde las infancias y las juventudes, las discapacidades, las llamadas artes visuales, la escuela pública y el sistema oficial educativo e instituciones culturales enfocadas en la difusión de conocimiento de Guatemala. Se sitúa desde el esfuerzo de mediadores y educadores en crear puentes entre arte y educación para disminuir tensiones en campos tan humanos pero fragmentados.
Los niveles de deserción escolar, la falta de garantías laborales de los maestros, la disminución de tiempo en el Currículo Nacional Base -CNB- dedicadas a las prácticas artísticas y los pocos programas enfocados a la niñez y adolescencia, disminuyen cada vez más la probabilidad de articular arte y educación desde las instituciones oficiales. Sumado a esto la narración histórica de los textos oficiales desde primaria a diversificado sitúan el arte ancestral en un pasado tan lejano, que sólo cabe en los espacios arqueológicos. Los programas en espacios culturales públicos e independientes, enfocados a niñez y juventud ocupan en las agendas poco o nulo espacio. Si sumamos población con discapacidad y personas hablantes de idiomas originarios se crea una brecha significativa.
De acuerdo a una serie de entrevistas realizadas en el 2022 por el Creatorio Artístico Pedagógico -CAP- a maestros, educadores especiales y cuidadores, durante el taller “Arte, inclusión y transformación”, se encontró que la falta de accesibilidad e igualdad de oportunidades en espacios de formación dentro de los museos, galerías y centros culturales para población con discapacidad es un denominador común. Cada ciudadano es un sujeto cultural activo, parte de reconocerlo y asumirlo es generar estrategias que disminuyan las brechas para dar camino a la democratización de los espacios e instituciones culturales.
El primer acercamiento que tuve con una exposición de pintura fue a los 14 años en un instituto público cuando mi maestro de artes plásticas nos llevó de visita a una muestra de arte. No recuerdo nada más que la imagen de una serpiente de la cual salían muchas púas. La observé una y otra vez. Esta imagen me hizo recordar los relatos de mi madre, sus encuentros con serpientes de todos tamaños en la finca donde creció cortando café. En el tiempo, descubrí que la exposición era parte de la 7ª edición de la Bienal de Arte Paiz en 1990.
Este relato conecta con varios elementos significativos desde la visión del espectador promedio: primero, la articulación del contenido con las experiencias previas de la comunidad, tomando en cuenta su edad, idioma, geografía, entre otras. El segundo va estrechamente ligado a lo anterior y es la creación de significados, que sólo es posible cuando existe una relación de intercambio. La tercera cosa se relaciona con lo que en el campo de la educación se conoce como “transposición didáctica” y en lo cultural como “mediación”, que es hacer posible que los elementos de los que se dispone como objetos de aprendizaje cobren sentido y creen nuevos significados o que permitan deconstruir los existentes, una necesidad en los tiempos presentes.
Equiparar los espacios culturales únicamente con textos es la extensión de lo que Freire llamó educación bancaria. Si hablamos de comunidad y participación colectiva, es preciso soltar la idea del ciudadano consumidor de cultura y tomar el riesgo de salir de nuestras paredes institucionales como acción reparatoria del tejido social y la desesperanza aprendida, desde una integración horizontal y dialógica. Cada vez es más precisa la puesta en valor del mediador, revisar su lugar en la producción de conocimiento, como detonador del disfrute de significados y como ente político. Encontrar caminos transitables entre comunidad, institución, artistas, curaduría, mediación, reconociendo también el esfuerzo de los espacios donde la organización de todos los elementos incluye la figura articuladora del mediador.
“La mediación cultural debe permitir la supervivencia de las iniciativas interdisciplinares que “no caben” en las estructuras normativizadas de la sociedad, debe facilitar el mantenimiento de las historias mínimas, de los lugares culturales inexplorados y finalmente articular el acceso a estos contenidos… Los humanos necesitamos ejercitar esta herramienta para poder trascender nuestra vida, y la mediación cultural debe de atender este derecho, que tenemos todos, a potenciar nuestra vivencia”. (Cejudo, 2018)
Se precisa repensar la inamovilidad de los espacios, la interpretación de los lugares para producir experiencias más sociales que estéticas. Al final, durante la pandemia se evidenció que el instinto de sobrevivencia de la especie tiene que ver con la relación colectiva, la flexibilidad de las formas, la solución de conflictos y la fuerza emocional bien gestionada. Somos un ecosistema formado de muchas capas, donde es necesario replantearse nuevas formas de coexistir, multidisciplinares, intergeneracionales, inclusivas y diversas.
Flor Yoque
1 Elliot Eisner: profesor de arte de la Universidad de Stanford. Ha sido presidente de la American Educational Research Association, National Art Education Association John Dewey Society e International Society for Education Through Arts.
2 Leanne Betasamosake Simpson: escritora, música y académica del pueblo Mississauga Nishnaabeg, del territorio ahora conocido como Canadá.
3 Luis Canmitzer: Artista, poeta visual, crítico, docente y teórico uruguayo.
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Bibliografía
Eisner, E. (2004). El arte y la creación de la mente (1.a ed., Vol. 1). Paidós.
Betasamosake Simpson, L. (2022). La tierra como pedagogía (1.a ed., Vol. 1). Taller de ediciones económicas.
Camnitzer, L. (2017). Ni arte ni educación (1.a ed., Vol. 1). Catarata. Recuperado de https://www.niartenieducacion.com/project/textos/
Cejudo, V. (2018). Cultura, ciudadanía, pensamiento. Recuperado de https://culturayciudadania.cultura.gob.es/dam/jcr:bd1d6f15-5adc-450a-89f7-06d2d7787072/Vanesa-Cejudo.