Vértebra Cultural “la columna”

La apuesta por la creación y el ejercicio artístico desde la mirada gentil del mundo en el que nos movemos

Libertad Saénz

El arte no solo debe entenderse por su valor estético, sino por su capacidad de construir nuevos relatos vinculando el presente y el pasado en la sociedad. Históricamente, ha sido categorizado según dinámicas de poder, invisibilizando expresiones de poblaciones marginadas. Es necesario generar propuestas artísticas que respondan a contextos sociales específicos y no solo a una estética hegemónica occidental. En Guatemala, el arte enfrenta desafíos debido a la percepción y acceso limitado, influenciados por instituciones corruptas que perpetúan estructuras de poder y discriminación. Para transformar esto, es necesario desmitificar conceptos de dominación, cuestionar las prácticas artísticas y adaptarlas al contexto local, validando diversas manifestaciones de expresión.

ANTIBIOGRAFÍA

Soy feliz cuando tengo tiempo, cuando se acercan las tardes frías de noviembre, cuando mis noches están libres y puedo revisar mis revistas para hacer collage, sin reglas, sin nada para pretender. Tiendo a encerrarme en mis rutinas así, con el paso de los días las cosas que me gustan terminan convertidas en prisión. De esa manera ahora inmóvil soy presa de mis cuadernos, de mis libros, de mis pinturas, de mis recetas de cocina, del sinfín de hábitos de autocuidado que no me llevan a ninguna parte. Sobrevivo a puro bullet journal inventado en el que apuesto día a día mis ganas de estar viva. Detesto sentir que siempre debo estar haciendo algo, me odio cuando intento demostrar cuanto valgo sobre la tierra. Pero sonrío grande cuando exploro el mundo y como postres, cuando bailo sin estructura sintiéndome segura, cuando resuelvo mis piezas, cuando toco, cuando comparto, cuando creo en compañía.


La apuesta por la creación y el ejercicio artístico desde la mirada gentil del mundo en el que nos movemos

El arte como actividad que consiste en producir relaciones con el mundo apoyándose en signos, formas, gestos y objetos, no puede solamente comprenderse desde su valoración estética sino desde su capacidad para construir nuevos relatos, vinculando el presente y el pasado en los diversos espacios que ocupa la sociedad. Su capacidad para relatar desde el presente es una gran herramienta que permite vincular a quien lo consume, la experiencia artística por sí misma con sus experiencias de vida, planteando así la posibilidad de reacomodar las propias relaciones entre personas.

 

En una historia de colonización en la que se impusieron y categorizaron las manifestaciones artísticas de buenas-malas o válidas-inválidas -respondiendo a dinámicas de poder y riqueza, desplazando medios de expresión de poblaciones que no respondían a la historia que querían contar quienes ganaron- es importante dimensionarla con sus distorsiones. Sobre todo al hablar de las diferentes y respectivas disciplinas artísticas, quienes las ejecutan y los medios a través de los cuales es realizada. 

 

Es importante que desde esta perspectiva de “malas prácticas” en la percepción y enseñanza del arte se haga una pausa para prestar atención. Pues las artes se han pintado como la principal manifestación cultural existente. Y se han categorizado desde lógicas de opresión, de arte bella, académica o con capacidad de adecuarse a una estructura estética hegemónica; que invisibiliza  al resto de manifestaciones culturales que sí responden a poblaciones y territorios y al contexto social y territorial desde el que se gestan.

 

Es necesario generar propuestas que, en contexto, respondan a situaciones o luchas coherentes con los recursos y habilidades que los territorios y sus pobladores poseen. De la misma manera,  el acceso al derecho a la cultura no debe reducirse a actividades de entretenimiento, sino que haya una apuesta por la construcción y visibilización de las dinámicas del medio social en el que se desarrollan. Dejar de apostar por un arte muerto, que se enaltece desde reglas que no responden a casi ningún contexto fuera de los cánones de belleza hegemónica, apostando por activar el cuestionamiento a los recursos públicos impulsando cambios políticos o sistémicos. 

 

En Guatemala, la percepción y el interés por las artes se ha rezagado, sosteniendo discursos que defienden opresiones, invisibilizando manifestaciones artísticas y catalogándolas como suficientes o insuficientes para ser consideradas. Esto genera discriminación, por parte de instituciones cuyas perspectivas siguen respondiendo a estos patrones. Existen programas que promueven el acceso desde lugares que a la larga no son sostenibles para las personas que pretenden vivir de ella, o enseñan manifestaciones artísticas que más adelante son minimizadas y catalogadas como pasatiempos. Reduciendo así, al mínimo, los espacios de convergencia y creación.

 

Con instituciones de educación artística cooptadas por redes de corrupción, que no solo desfalcan a las ya empobrecidas estructuras, sino tergiversan a su conveniencia la concepción y calidad de los productos artísticos que como supuesto ofrecen a través de la educación. No es difícil terminar repitiendo hasta el cansancio ese discurso en el que en principio se empodera a un ente inmaterial como el arte con cualidades absurdas, que a la larga empiezan a regir dinámicas personales y sociales, que reproducen estructuras de poder que, sin importar el medio, aseguran silencio y por tanto protección para quienes se apañan en el proceso. 

 

Aun recuerdo esa primera clase de violonchelo en la Escuela Superior de Arte de la USAC en la que me llamaron ladrona por solo pagar noventa y un quetzales para acceder a través de los impuestos del pueblo a la posibilidad de que ese hombre, blanco y heterosexual, me diera la oportunidad de estudiar con él y tal vez así no ser el fracaso que estaba destinada a ser por haber nacido mujer en Guatemala, y que a pesar de contar con ciertos privilegios no podía aspirar a más. Una escuela en la que recibíamos clases terribles, sentadxs en el suelo; en el que era una fantasía aspirar a un lugar digno para practicar las supuestas ocho horas obligatorias para ser músicx en el que ya teníamos que saberlo todo, o ver como lo aprendíamos en solitario porque los maestros que nos enseñaban nos aterrorizaban con humillaciones. Pero igual, se atrevían a posicionarse como los artistas dotados de los más altos valores humanos, que iluminaban nuestro camino para convertirnos algún día en algo similar, y pintaban el arte como la más grande de las bellezas de la humanidad, capaz de transformar las dinámicas sociales para construir el mundo perfecto.

 

¿Qué estamos haciendo cuando decimos que hacemos arte en Guatemala? ¿Repitiendo dinámicas de poder, patrones de discriminación, clasismo y racismo? ¿Replicando dinámicas coloniales a modo de salvación ofreciendo artes muertas, descontextualizadas y violentas?

 

El reto del arte en Guatemala está en desmitificar esos conceptos, que en su práctica reproducen los patrones de dominación que históricamente lo atraviesan todo y apelan al silencio para instalar discursos de insuficiencia y degradación, que paralizan la posibilidad de crecimiento. Hay que cuestionar a qué historia se responde con la práctica que se ejerce y el poder que ella misma tiene en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Es necesario identificar que las carencias están en gran medida relacionadas con el miedo y la hostilidad con la que aprendimos a relacionarnos y que las luchas también nos involucran hacia adentro. Determinemos cómo realmente las prácticas artísticas pueden adecuarse al contexto guatemalteco, desde lenguajes amigables que propicien la posibilidad de aprender, explorar, investigar, crear, ejercer y mantenerse activxs. Reconozcamos las innumerables manifestaciones de expresión, nombrarlas, darles espacio, validar sus aportes. Cuestionemos la tradición hegemónica, sus discursos, las conductas de riesgo que implican. Hay que ponerle un alto a la imposición de estilos, técnicas y metodologías para apostar por la escucha activa y propiciar propuestas, los intentos que no apuntan a un resultado prestablecido, así como la posibilidad de fallar y aún así seguir haciendo, el permiso incondicional a equivocarse, para decir que no.

 

Como todo en Guatemala, el arte está en proceso constante de cuestionamiento, transformación y reconstrucción. Hay mucho a donde voltear a ver y desde donde empezar a hacer. La posibilidad de continuar haciendo arte en Guatemala en este momento está estrechamente relacionada con la capacidad que tengamos los artistas de identificar rutas que consideren mas y mas panoramas a los cuales voltear a ver, y desde los cuales seguir apostando por la creación y el ejercicio, desde premisas que involucren formas más gentiles de tratar con el mundo en el que nos movemos.