Heidy Hernández
En mi experiencia académica y docente me he topado constantemente con la falta de representación femenina en la industria cultural. Este hecho lo trazo desde la Edad Media hasta la actualidad, con diferentes causas como la falta de atribución y la exclusión de mujeres en el canon que constituyen un fenómeno social con el que podemos romper.
ANTIBIOGRAFÍA
Lo que más amo son las historias, en todos sus formatos: la música que me cuenta algo, los cuadros que narran un suceso, los videojuegos que me hacen vivir aventuras o las películas que me dejan con lágrimas en los ojos. Uno de mis formatos preferidos para estas historias es el papel, por lo que siempre me encuentro con un libro o tratando de escribir algo que me inspire. Especialmente me gusta la fantasía y todo lo que tenga que ver con criaturas mágicas o bosques encantados. Cuando no estoy colgada de una buena trama me pueden encontrar con mis perros, haciendo yoga o pintando con acuarelas.
Nombrar el vacío
Cuando empecé a dar clases sentía una tremenda necesidad por compartir con mis estudiantes lo que había tenido que aprender sola, para evitarles un poco de trabajo y desilusión. Entre los vacíos de mi formación académica está el rol de las mujeres en la industria cultural. Me propuse retar al canon hablando de estas ausencias y llenando los espacios en blanco. Busqué bibliografía, consulté con expertos y logré arrojar algo de luz a la “cueva oscura” que parece ser nuestro papel histórico en las artes.
El periodo histórico en el que me especializo; la Edad Media, tenía algunos grandes nombres como Ende o Hildegarda de Bingen, pero sobre todo tenía teorías. Se cree que algunas de las obras del medioevo podrían estar realizadas por mujeres y simplemente no lo sabemos. En este periodo histórico no se tenía la noción del artista como una “fuerza creadora” por lo que el acceso de las mujeres a ciertos gremios se veía limitado únicamente por su capacidad de desempeñarse en el mismo.
Aun así, hay una tendencia a atribuirle a los hombres la genialidad artística y cuestionar que algunas esculturas góticas fueran producto del talento femenino. Este fenómeno se repite en diferentes periodos históricos. Por ejemplo, recientes estudios afirman la posibilidad de que hasta un 75% de las pinturas rupestres fueran creadas por mujeres, la comunidad científica lo que ha hecho es asombrarse porque se imaginaron que las pintaban los cazadores al volver a casa. Tampoco olvidemos que Frankenstein fue atribuido antes al esposo de Mary Shelley que a ella misma. Este es un fenómeno social, reforzado por las instituciones académicas que han generalizado la idea de que el buen arte tiene que venir de un hombre.
En esta profunda cueva cultural, en la que se aglutina el trabajo artístico y literario de las mujeres, han entrado diversas académicas buscando lo mismo que yo: referentes. Cuando hablamos de la falta de las mismas es difícil no poner la vista en El canon occidental (1994) de Harold Bloom. Ya que cientos de instituciones académicas voltearon a considerar este listado al momento de crear sus planes educativos. Este polémico ensayo tiene a tres autores en su centro: Dante, Shakespeare, Cervantes, y a muy pocas escritoras en su periferia.
Definitivamente, no soy la primera en cuestionar estas ausencias, pues existe una tradición de teoría y crítica feminista. Linda Nochlin trató de responder a la pregunta de ¿por qué no ha habido grandes mujeres artistas? (1971). Joanna Russ también se dedicó a comprender esta ausencia y nos dio Cómo suprimir la escritura de las mujeres (1983), donde enumera varios fenómenos que dificultan la participación femenina en la industria cultural.
Un poco después, las Guerilla Girls cuestionaron la “norma” con su famoso cartel que decía “¿Las mujeres tienen que estar desnudas para entrar en el Metropolitan Museum? Menos del 5% por ciento de artistas de la sección de arte moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos”. Aun así, en clase aprendí más de Bloom que de estas fabulosas mujeres con máscaras de chimpancé o Nochlin.
Aunque nos hemos hecho las preguntas adecuadas y tratado de responderlas, incomodado a los grandes museos y replanteado el listado oficial de “grandes maestros” las mujeres seguimos con una tremenda falta de participación cultural y representación. Parece que, como sociedad aún tenemos la necesidad de reparar el vacío histórico y aunque lo estamos logrando, la velocidad no es la que pensaríamos: Hasta el 2016 el Museo del Prado, uno de los más grandes del mundo, nunca había tenido una exposición individual de una pintora (Clara Peeters tuvo el honor de romper con ese terrible récord).
El trabajo de investigación de Hanna Orellana compara la cantidad de publicaciones de hombres y mujeres en un periodo de 10 años (de 2009 a 2019) en el país. Concluye que, solamente el 21% de las novelas publicadas en ese periodo en Guatemala eran escritas por mujeres y el 27% en el caso de la poesía. La autora aclara que estos datos tienen ciertas limitaciones por la falta de información y algunas cuestiones metodológicas.
Estos fenómenos (la tendencia a atribuir el trabajo anónimo a los hombres, la alienación de las mujeres en el canon y la falta de representación) son solo algunos de los retos que he encontrado en mi misión de enseñar sobre mujeres. Además, me enfrento a la cuestión de la diversidad. Actualmente, no hay ninguna mujer indígena, ni garífuna en el Museo Nacional de Arte Moderno Carlos Mérida y esto no significa que ellas no estén creando arte, honestamente tampoco estoy segura del sí, ¿existe bibliografía local o recursos con los que pueda aprender sobre artistas de dichos contextos?
Como docente creo que es mi obligación tratar de formar a las personas conscientes de mis carencias personales y las de las instituciones académicas. También, pienso que es importante seguir buscando información y tratar de construir los recursos de formación (si es que de verdad no existen). Sobre todo creo que es mi deber como consumidora cultural exigir que se creen espacios y se divulgue información sobre la creación femenina.
Tal vez no podamos rectificar los errores del pasado, pero si podemos estudiarlos para asegurarnos de no estar haciendo lo mismo o algo muy parecido. No se trata de publicar mujeres porque sí, o de llenar las paredes de una galería con lo primero que encontremos con una firma femenina. Debemos tratar de entender cómo se dieron estos fenómenos de exclusión (revisitando la teoría crítica feminista) y de forma integral aprender, estudiar y fomentar el rol de las mujeres en la cultura. He hablado del arte y la literatura, pero la música, el deporte, la fotografía y las demás disciplinas tienen la misma necesidad de que nombremos el vacío.
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Fuentes de consulta:
Orellana, H. (2021). El papel de la Crítica en la Validación de las Escritoras Guatemaltecas. Universidad del Valle de Guatemala.